
Durante enero fui un viudo de verano. Mi mujer tuvo la oportunidad de irse unas semanas junto a mis hijos a la playa. Yo, en cambio, estuve condenado a quedarme en el “horno” de Santiago. No pude salir de vacaciones, ya que tenía un gran negocio pendiente con unos gringos y ese negocio era fundamental para la empresa. La única salvación que tenía, era saber que Mauricio (mi amigo de infancia) también se quedaría en Santiago. Estaba seguro, que él me recordaría que ser viudo de verano no era tan terrible como pensaba.
- ¿Aló, Mauricio?
- ¡Hola hueón! ¿Cómo estay? – me dijo eufórico
- De viudo de verano – le contesté - ¿Tú vas a salir de vacaciones?
- No hueón, ojalá. Mi jefe se fue fuera del país, así que me tengo que quedar.
Me alegré al saber que no era el único viudo de verano.
- ¿Te tinca si nos juntamos a tomar algo? – propuse.
- Sí, claro.
- A las diez en el pub de siempre
- Ahí estaré, compadre – contestó con esa seguridad que siempre quise tener.
La junta me serviría para olvidarme de los malditos gringos y distraerme de los cheques, facturas y documentos. Además, hacía tiempo que ambos no nos juntábamos a conversar. Nos iba a hacer muy bien retomar viejas costumbres.
Como era de esperar, Mauricio ya estaba sentado cuando llegué.
- Habíamos acordado a las diez, hueón – me dijo bromeando.
- Sí, perdona, pero me agarré un “taco” horrible – me disculpé.
- ¿Qué quieres tomar? – me preguntó, olvidando el incidente del “taco”.
- Una cerveza.
- Por ahora, querrás decir – me dijo riendo.
Sonreí.
- Hay que celebrar nuestra viudez de verano, ¿no?
- Sí, pero tienes que tener en cuenta que ya no somos adolescentes como para andarnos emborrachando, Mauricio.
- Si sé, hueón. – me dijo riendo nuevamente – Yo creo que ninguno de los dos está para esos trotes.
Conversamos de todo. De nuestras familias, de nuestros trabajos y sobre lo que nos estaba pasando.
- Oye – me dijo Mauricio en un momento en que no teníamos tema de conversación - ¿eres feliz?
- Sí, ¿y tú?
- No del todo
- Oye – dije pensando que Mauricio estaba un poco pasado de copas – ya es tarde y mañana tenemos que trabajar.
- Sí, tienes razón – me respondió como volviendo a la realidad y un poco avergonzado.
Estábamos despidiéndonos, cuando Mauricio me dijo, pasándome una tarjeta de un nightclub:
- Oye Gonzalo, me gustaría que este sábado fueras a este lugar.
- Sí, claro. No tengo ningún problema.
- Te espero a las nueve, entonces…
- Sí, no te preocupes. Ahí estaré – contesté con una sonrisa picarona.
La semana se me hizo muy larga y pesada. Lo único que quería era que llegara el sábado y juntarme con mi amigo para que nos pudiéramos distraer y pasar un buen rato como el de la otra vez.
Me costó llegar al lugar citado por Mauricio. Nunca había estado por esos barrios y el local tampoco lo conocía. A diferencia de la otra vez, fui puntual y para mi sorpresa Mauricio no había llegado. Pasó un largo rato desde la hora convenida y mi amigo no llegaba. Lo llamé varias veces a su celular, pero no contestó. Me preocupé, pero decidí esperarlo un rato más.
- ¡Y ahora con ustedes, nuestra querida amiga, la única y la gran Carla! – sentí que presentaron de repente.
- ¡Mauricio! – exclamé.